Gengis Khan y su Halcón: Una Lección de Sabiduría y Paciencia
Una mañana, el gran guerrero mongol Gengis Khan salió a cazar junto a su séquito. Mientras sus compañeros llevaban arcos y flechas, Gengis Khan portaba en su brazo a su halcón favorito, un compañero de caza mucho más certero que cualquier flecha, pues tenía la capacidad de elevarse a los cielos y ver lo que el ser humano no podía.
A pesar del entusiasmo del grupo, la jornada fue infructuosa, y no lograron cazar nada. Decepcionado, Gengis Khan decidió regresar a su campamento, pero, para no descargar su frustración en sus compañeros, optó por separarse de ellos y volver solo.
El día había sido largo y caluroso, y Khan estaba agotado y sediento. Los riachuelos del bosque se habían secado debido al verano abrasador, y no encontraba ningún lugar donde refrescarse. Sin embargo, cuando estaba a punto de desesperar, vio un delgado hilo de agua que caía entre las rocas delante de él. Aliviado, se acercó y apartó al halcón de su brazo. Sacó un pequeño cáliz de plata que siempre llevaba consigo y lo colocó bajo el hilo de agua, esperando pacientemente a que se llenara.
Cuando el cáliz estuvo lleno, Khan se dispuso a beber, pero justo en ese momento, su halcón se lanzó sobre él, derribando la copa de sus manos y derramando el agua en la tierra. Enfurecido, pero tratando de mantener la calma, pensó que tal vez su fiel compañero también tenía sed. Recogió el cáliz, lo limpió y volvió a llenarlo con cuidado.
Esta vez, antes de que pudiera beber, el halcón de nuevo se abalanzó sobre él, derramando el agua. Gengis Khan, aunque adoraba a su halcón, no podía permitir que este comportamiento continuara. Sabía que no podía mostrarse débil, ya que alguien podría estar observando y luego contar a sus guerreros que el gran conquistador era incapaz de controlar a una simple ave.
Determinado a imponer su autoridad, Gengis Khan sacó su espada y, mientras llenaba el cáliz una vez más, vigilaba al halcón con atención. Cuando se dispuso a beber, el halcón se lanzó por tercera vez. Esta vez, Khan, en un arrebato de furia, le asestó un golpe certero con la espada, atravesándole el pecho.
Poco después, el hilo de agua se secó. Decidido a beber, Gengis Khan escaló las rocas en busca de la fuente. Al llegar a la cima, descubrió una pequeña poza de agua. Pero en su interior yacía muerta una de las serpientes más venenosas de la región. Si hubiera bebido el agua antes, habría perdido la vida.
Gengis Khan, consternado por la muerte de su halcón, regresó al campamento con el ave en sus brazos. Ordenó que se hiciera una reproducción en oro del halcón y que se grabaran en sus alas dos frases que recordaran la lección aprendida ese día:
En una ala, mandó grabar: “Incluso cuando un amigo hace algo que no te gusta, continúa siendo tu amigo”.
En la otra, grabó: “Cualquier acción movida por la furia es una acción condenada al fracaso”.